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lunes, 31 de diciembre de 2012

30ª Jornada Prevocacional Agustina


Ya lo sabes... del 3 al 5 de enero de 2013... Ponte en contacto con los agustinos de tu comunidad, y sigue el Twitter de @AgustinoChile

jueves, 23 de febrero de 2012

Cuaresma en blog El Buen Consejo



El Buen Consejo es nuestro blog hermano. Es un lugar para compartir las noticias, novedades y reflexiones agustinianas. Usualmente cada semana se comparte la homilía de la misa de los domingos, pero... hay mucho más por descubrir. Recientemente han comenzado con insertar cada día una reflexión de San Agustín y de los Padres de la Iglesia para meditar la Palabra de Dios todos los días de Cuaresma y Semana Santa. ¿Te atreves a vivir este tiempo con sentido? Sigue a este blog y para conocerlo haz click aquí.

viernes, 6 de enero de 2012

Después de 113 años, un agustino es nombrado Cardenal


El Papa Benedicto XVI saluda al P. Prosper Grech, o.s.a., nuevo Cardenal de la Iglesia.

La familia agustiniana está de fiesta. Porque el Santo Padre ha nombrado Cardenal a un hermano nuestro: se trata del P. Prosper Grech, o.s.a., maltés de nacimiento, que ha desarrollado por medio siglo la enseñanza de la Biblia en Roma y colabora en nuestro Instituto Patrístico Augustinianum. Es, además, Consultor de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Un honor que, en palabras del Santo Padre el Papa Benedicto XVI, he querido elevar a la dignidad cardenalicia (...) que se ha distinguido por su esfuerzo al servicio de la Iglesia.

El P. Próspero nació en Ruma (Malta), el 24 de diciembre de 1925, fuer ordenado sacerdote en 1950 y vive actualmente en nuestra comunidad del Colegio Internacional Santa Mónica en Roma. ¡Felicidades para él y para nosotros, sus hermanos! y por sobre todo, ¡gracias, Santo Padre!

domingo, 1 de enero de 2012

Se viene la XXVIII Jornada Prevocacional Agustina



4-6 de enero... en la Casa de Formación Santo Tomás de Villanueva (Ñuñoa, Santiago). Para inscribirte, escribe a frrodrigo@gmail.com

Educar a los jóvenes en la justicia y la paz




HOMILÍA
DEL PAPA BENEDICTO XVI
PARA LA SOLEMNIDAD
DE SANTA MARÍA,
MADRE DE DIOS
1 DE ENERO DE 2012


En aquel tiempo los pastores fueron corriendo y encontraron a María y a José y al Niño acostado en el pesebre. Al verlo, les contaron lo que les había dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que decían los pastores. Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que había visto y oído; todo como les había dicho. Al cumplirse los ocho días tocaba circuncidar al niño y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.


Lc 2,16-21


En el primer día del año, la liturgia hace resonar en toda la Iglesia extendida por el mundo la antigua bendición sacerdotal que hemos escuchado en la primera lectura: «El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor se fije en ti y te conceda la paz» (Nm 6,24-26). Esta bendición fue confiada por Dios, a través de Moisés, a Aarón y a sus hijos, es decir, a los sacerdotes del pueblo de Israel. Es un triple deseo lleno de luz, que brota de la repetición del nombre de Dios, el Señor, y de la imagen de su rostro. En efecto, para ser bendecidos hay que estar en la presencia de Dios, recibir sobre sí su Nombre y permanecer bajo el cono de luz que parte de su rostro, en el espacio iluminado por su mirada, que difunde gracia y paz. Esta es también la experiencia que han tenido los pastores de Belén, que aparecen de nuevo en el Evangelio de hoy. Han tenido la experiencia de encontrarse en la presencia de Dios, de su bendición, no en la sala de un palacio majestuoso, delante de un gran soberano, sino en un establo, delante de un «niño acostado en el pesebre» (Lc 2,16). Ese niño, precisamente, irradia una luz nueva, que resplandece en la oscuridad de la noche, como podemos ver en tantas pinturas que representan el Nacimiento de Cristo. La bendición, en efecto, viene de él: de su nombre, Jesús, que significa «Dios salva», y de su rostro humano, en el que Dios, el Omnipotente Señor del cielo y de la tierra, ha querido encarnarse, esconder su gloria bajo el velo de nuestra carne, para revelarnos plenamente su bondad (cf. Tt 3,4). María, la virgen, esposa de José, que Dios ha elegido desde el primer instante de su existencia para ser la madre de su Hijo hecho hombre, ha sido la primera en ser colmada de esta bendición. Ella es, como la saluda santa Isabel, «bendita entre las mujeres» (Lc 1,42). Toda su vida está bajo la luz del Señor, en radio de acción del nombre y el rostro de Dios encarnado en Jesús, el «fruto bendito de su vientre». Así nos la presenta el Evangelio de Lucas: completamente dedicada a conservar y meditar en su corazón todo lo que se refiere a su hijo Jesús (cf. Lc 2,19.51). El misterio de su maternidad divina, que celebramos hoy, contiene de manera sobreabundante aquel don de gracia que toda maternidad humana lleva consigo, de modo que la fecundidad del vientre se ha asociado siempre a la bendición de Dios. La Madre de Dios es la primera bendecida y es ella quien lleva la bendición; es la mujer que ha acogido en ella a Jesús y lo ha dado a luz para toda la familia humana. Como reza la Liturgia: «Y, sin perder la gloria de su virginidad, derramó sobre el mundo la luz eterna, Jesucristo, Señor nuestro» (Prefacio I de Santa María Virgen). María es madre y modelo de la Iglesia, que acoge en la fe la Palabra divina y se ofrece a Dios como «tierra fecunda» en la que él puede seguir cumpliendo su misterio de salvación. También la Iglesia participa en el misterio de la maternidad divina mediante la predicación, que esparce por el mundo la semilla del Evangelio, y mediante los sacramentos, que comunican a los hombres la gracia y la vida divina. La Iglesia vive de modo particular esta maternidad en el sacramento del Bautismo, cuando engendra los hijos de Dios por el agua y el Espíritu Santo, el cual exclama en cada uno de ellos: «Abbà, Padre» (Ga 4,6). La Iglesia, al igual que María, es mediadora de la bendición de Dios para el mundo: la recibe acogiendo a Jesús y la transmite llevando a Jesús. Él es la misericordia y la paz que el mundo no se puede dar por sí mismo y que es tan necesaria siempre, o más que el pan. Queridos amigos, la paz, en su sentido más pleno y alto, es la suma y la síntesis de todas las bendiciones. Por eso, cuando dos personas amigas se encuentran se saludan deseándose mutuamente la paz. También la Iglesia, en el primer día del año, invoca de modo especial este bien supremo, y, como la Virgen María, lo hace mostrando a todos a Jesús, ya que, como afirma el apóstol Pablo, «él es nuestra paz» (Ef 2,14), y al mismo tiempo es el «camino» por el que los hombres y los pueblos pueden alcanzar esta meta, a la que todos aspiramos. Así pues, llevando en el corazón este deseo profundo, me alegra acogeros y saludaros a todos los que habéis venido a esta Basílica de San Pedro en esta XLV Jornada Mundial de la Paz: Señores Cardenales; Embajadores de tantos países amigos que, como nunca en esta ocasión comparten conmigo y con la Santa Sede la voluntad de renovar el compromiso por la promoción de la paz en el mundo; el Presidente del Consejo Pontificio «Justicia y Paz», que junto al Secretario y los colaboradores trabajan de modo especial para esta finalidad; los demás Obispos y Autoridades presentes; los representantes de Asociaciones y Movimientos eclesiales y todos vosotros, queridos hermanos y hermanas, de modo particular los que trabajáis en el campo de la educación de los jóvenes. En efecto, como ya sabéis, en mi Mensaje de este año he seguido la perspectiva educativa. «Educar a los jóvenes en la justicia y la paz» es la tarea que atañe a cada generación y, gracias a Dios, la familia humana, después de las tragedias de las dos grandes guerras mundiales, ha mostrado tener cada vez más consciente de ello, como lo demuestra, por una parte declaraciones e iniciativas internaciones y, por otra, la consolidación en los últimos decenios entre los mismos jóvenes de muchas y diferentes formas de compromiso social en este campo. Para la Comunidad eclesial, educar para la paz forma parte de la misión que ha recibido de Cristo, forma parte integrante de la evangelización, porque el Evangelio de Cristo es también el Evangelio de la justicia y la paz. Pero la Iglesia en los últimos tiempos se ha hecho portavoz de una exigencia que implica a las conciencias más sensibles y responsables por la suerte de la humanidad: la exigencia de responder a un desafío tan decisivo como es el de la educación. ¿Por qué «desafío»? Al menos por dos motivos: en primer lugar, porque en la era actual, caracterizada fuertemente por la mentalidad tecnológica, querer no solo instruir sino educar no se puede presuponer, sino que es una opción; en segundo lugar, porque la cultura relativista plantea una cuestión radical: ¿Tiene sentido todavía educar? Y, después, ¿educar para qué? Lógicamente no podemos abordar ahora estas preguntas de fondo, a las que ya he tratado de responder en otras ocasiones. En cambio, quisiera subrayar que, frente a las sombras que hoy oscurecen el horizonte del mundo, asumir la responsabilidad de educar a los jóvenes en el conocimiento de la verdad y en los valores fundamentales, significa mirar al futuro con esperanza. En este compromiso por una educación integral, entra también la formación para la justicia y la paz. Los muchachos y las muchachas actuales crecen en un mundo que se ha hecho, por decirlo así, más pequeño, en donde los contactos entre las diferentes culturas y tradiciones son constantes, aunque no siempre dirigidos. Para ellos es hoy más que nunca indispensable aprender el valor y el método de la convivencia pacífica, del respeto recíproco, del diálogo y la comprensión. Por naturaleza, los jóvenes están abiertos a estas actitudes, pero precisamente la realidad social en la que crecen los puede llevar a pensar y actuar de manera contraria, incluso intolerante y violenta. Solo una sólida educación de sus conciencias los puede proteger de estos riesgos y hacerlos capaces de luchar siempre y solo contando con la fuerza de la verdad y el bien. Esta educación parte de la familia y se desarrolla en la escuela y en las demás experiencias formativas. Se trata esencialmente de ayudar a los niños, los muchachos, los adolescentes, a desarrollar una personalidad que combine un profundo sentido de justicia con el respeto del otro, con la capacidad de afrontar los conflictos sin prepotencia, con la fuerza interior de dar testimonio del bien también cuando supone sacrificio, con el perdón y la reconciliación. Así podrán llegar a ser hombres y mujeres verdaderamente pacíficos y constructores de paz. En esta labor educativa de las nuevas generaciones, una responsabilidad particular corresponde también a las comunidades religiosas. Todo itinerario de formación religiosa auténtica acompaña a la persona, desde su más tierna edad, a conocer a Dios, a amarlo y hacer su voluntad. Dios es amor, es justo y pacífico, y quien quiere honrarlo debe sobre todo comportarse como un hijo que sigue el ejemplo del padre. Un salmo afirma: «El Señor hace justicia y defiende a todos los oprimidos. El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia» (Sal 103,6.8). Como Jesús nos ha demostrado con el testimonio de su vida, justicia y misericordia conviven en Dios perfectamente. En Jesús «misericordia y fidelidad» se encuentran, «la justicia y la paz» se besan (cf. Sal 85,11). En estos días la Iglesia celebra el gran misterio de la encarnación: la verdad de Dios ha brotado de la tierra y la justicia mira desde el cielo, la tierra ha dado su fruto (cf. Sal 85,12.13). Dios nos ha hablado en su Hijo Jesús. Escuchemos lo que nos dice Dios: Él «anuncia la paz» (Sal 85,9). La Virgen María hoy nos lo indica, nos muestra el camino: ¡Sigámosla! Y tú, Madre Santa de Dios, acompáñanos con tu protección. Amén.


BENEDICTUS PP. XVI

viernes, 4 de noviembre de 2011

¿Dónde está tu aceite?

HOMILÍA 
32° DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO- A



En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: 
-El Reino de los Cielos se parecerá a diez doncellas que tomaron sus lámparas y salieron a esperar al esposo. 
Cinco, de ellas eran necias y cinco eran sensatas. 
Las necias, al tomar las lámparas, se dejaron el aceite; en cambio, las sensatas se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas. 
El esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron. 
A medianoche se oyó una voz: 
-«¡Que llega el esposo, salid a recibirlo!» 
Entonces se despertaron todas aquellas doncellas y se pusieron a preparar sus lámparas. 
Y las necias dijeron a las sensatas: 
-«Dadnos un poco de vuestro aceite, que se nos apagan las lámparas.» 
Pero las sensatas contestaron: 
-«Por si acaso no hay bastante para vosotras y nosotras, mejor es que vayáis a la tienda y os lo compréis.» 
Mientras iban a comprarlo llegó el esposo y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la puerta. 
Más tarde llegaron también las otras doncellas, diciendo: 
-«Señor, señor, ábrenos.» 
Pero él respondió: 
-«Os lo aseguro: no os conozco.» 
Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora.
Mt 25,1-13 



La vida nos ha sido dada 
para buscar a Dios, 
la muerte para encontrarlo, 
la eternidad para poseerlo. 

Quiero comenzar la reflexión de la Palabra de este domingo con esta frase tomada de los escritos de San Alberto Hurtado. En ella podemos ver la vida como un camino en que cada momento se transforma en una ocasión para tener algo que ver con Dios, una aspiración que inunda el corazón de cada creyente. La vida es movimiento. ¡Qué duda cabe! La misma palabra estancarse, aplicada al ser humano, expresa lo mismo que, como en el caso del agua, puede suceder dentro de nuestra vida : de agua pasa a lodo, y del lodo pasa a pantano, lugar de podredumbre, donde nadie quiere acercarse. Por eso, la vida es movimiento, es desafío –incluso en el campo de la fe, es una oportunidad para amar, para conocer, para entregarnos con vigor al milagro de cada día. 

Quiero insistir en la idea de movimiento, aplicada a la fe. Porque todos ya sabemos que en la vida cotidiana el movimiento es necesario : trabajo, estudio, familia… y la experiencia que más llena de sentido al hombre también es movimiento : amar y ser amado, en que el amor se transforma en movimiento hacia el ser que amo. En resumen, vivir es moverse. 

¿Acaso los primeros cristianos no entendían su fe como un camino(Hch 9,2)? y, más aún, el Señor Jesús se presenta como el Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14,6). La fe, por estos indicios, también es ponerse en disposición de avanzar, sin querer retroceder. 

Es lo que indica hoy la primera lectura, en que se habla de la Sabiduría. Algunos libros del Antiguo Testamento tratan de este tema como algo muy importante, y la primera lectura de hoy la presenta en clave de búsqueda : los que se esfuerzan en hallarla, la encontrarán. ¿Cómo se busca esta Sabiduría ? La misma lectura nos ofrece algunas pistas : madrugar por ella… darle el primer lugar en sus pensamientos… desvelarse por ella… parece una seria ocupación esta de hallar la Sabiduría. Ahora bien, ¿qué cosa es esta Sabiduría de que se habla ? En este punto tenemos que tener cuidado : no vayamos a ver en la Sabiduría algo puramente intelectual, como una suerte de conocimiento meramente académico, porque no está dicho que quien estudie más, sea más feliz, o viva mejor (las crisis y las dificultades de la vida y las estrecheces económicas nos dicen lo contrario). Así que no se trata de un conocimiento sólo intelectual. La Sabiduría es algo que nos ayuda a ser felices, a tener un sentido en la vida, a tener una actitud sabia, reflexiva ante la vida y sus circunstancias. La Sabiduría, que en el Antiguo Testamento se identificaba con Dios mismo, en el Nuevo Testamento se nos da un nombre propio : la Sabiduría plena no es un algo sin nombre, sino una persona con nombre propio : Jesucristo, el Maestro, en quien están todos los tesoros de la Sabiduría. Él es la Sabiduría. 

Llegados a este punto podemos releer el Evangelio que nos acompaña hoy : las vírgenes que esperaban la llegada del Esposo y los problemas que debieron afrontar para no quedarse sin aceite. En efecto, cinco eran previsoras, y las otras imprudentes. San Agustín, citando este trecho del Evangelio, explica que el aceite es precisamente esa Sabiduría interior, la vida espiritual, que voy adquiriendo a lo largo de mi vida. Las vírgenes prudentes se dedicaron, como dice la primera lectura, a tenerla siempre, y por eso no les faltó el aceite. Por el contrario, las descuidadas no se preocuparon… ¿cuál es la diferencia entre unas y otras? San Agustín continúa: no presentan el bien que hacen a los ojos de Dios en la propia conciencia, sino que intentan agradar con él a los hombres, siguiendo el parecer ajeno. Van a la caza de los favores del populacho y, por lo mismo, se hacen viles, cuando no les basta su conciencia y buscan ser estimadas por quienes las contemplan. Evidentemente no llevan el aceite consigo, aceite que es el hecho de gloriarse, en cuanto que procura brillo y esplendor (Comentario al Salmo 147, 10). Buscaban el aplauso en los demás, y por eso no reservaban el aceite. Tenían que ir una y otra vez a buscarlo a otras partes. 

Sin embargo, podríamos preguntarnos, ¿por qué las vírgenes prudentes no compartieron su aceite con las descuidadas? Podríamos acusarlas de falta de generosidad… San Agustín comenta esta aparente falta de las vírgenes prudentes de este modo: Y qué les dijeron las vírgenes prudentes (a las necias)? Id más bien a quienes lo venden y compradlo para vosotras, no sea que no haya bastante para nosotras y vosotras. Era como decirles: ¿De qué os sirven ahora todos aquellos a quienes solíais comprar la adulación? Y mientras ellas fueron a comprarlo, entraron las prudentes y se cerró la puerta (Mt 25,1-13). Cuando se alejan con el corazón, cuando piensan en tales cosas, cuando dejan de mirar a la meta y volviéndose atrás recuerdan sus méritos pasados, es como si fueran a los vendedores; pero entonces ya no encuentran a los protectores, ya no encuentran a quienes las alababan entonces y las estimulaban a hacer el bien, no por la fortaleza de la buena conciencia, sino por el estímulo de la lengua ajena. 

Quedémonos con la última parte de las palabras de San Agustín : si olvidáramos la meta que nos aguarda (que en la segunda lectura de hoy Pablo se esfuerza en recordarnos que llegará, tarde o temprano para nosotros, en el momento de nuestra muerte), perderíamos la ocasión de celebrar la alegría de estar con el Esposo, que es Cristo. Cabe preguntarse hoy : ¿dónde está mi aceite ? ¿en qué cosas pongo el fundamento de mi fe ? para vivir mi vida, ¿dependo de la aprobación de los demás y de los aplausos de quienes me rodean ? Tal vez, la meditación de la Palabra de hoy sea un buen momento para profundizar mi fe, y ver en qué etapa me hallo del camino hacia Cristo, camino que hago junto a Él, para hacerlo cada vez más mío en la búsqueda constante de su Voluntad. 

Fr. José Ignacio Busta Ramírez, o.s.a. 

Dios omnipotente y misericordioso, aparta de nosotros todos los males, para que, bien dispuesto nuestro cuerpo y nuestro espíritu, podamos libremente cumplir tu voluntad.

viernes, 2 de septiembre de 2011

4 de septiembre: Nuestra Señora de la Consolación y Correa, Patrona de la Orden de San Agustín



Un agustino de corazón es un hijo que ama a su Madre María. Tanto es así que ella es la Patrona de la Orden bajo el título de Nuestra Señora de la Consolación y Correa. Descubre por qué.


La devoción a María bajo la advocación de Nuestra Señora de la Consolación es universal y de larga tradición. Sobre todo en la Familia Agustiniana, que completa el título mariano hablando de Nuestra Señora de la Consolación y Correa. La correa hace referencia al hábito agustiniano.
El origen de esta devoción se halla íntimamente ligado a la vida de san Agustín, sintetizada en una piadosa tradición. Santa Mónica se hallaba sumida en el dolor por los extravíos de su hijo Agustín. A esta preocupación se sumó la muerte de su esposo Patricio y meditó en la desolación de María después de la muerte de su hijo Jesús. María se aparece a Mónica vestida de negro y ceñida con una correa del mismo color, diciéndole:“Mónica, hija mía, éste es el traje que vestí cuando estaba con los hombres después de la muerte de mi hijo. El mismo vestido llevaras tú en señal de tu devoción hacía mí”. La alegría de Mónica fue grande al escuchar aquellas palabras. Alegría que llegaría a su culmen con la conversión de su hijo Agustín.
Consta históricamente que en el siglo XV ya se instituyen distintas Cofradías de la Correa en Bolonia (Italia). Cuando don Pedro de Aragón le pidió insistentemente a Clemente X le concediese algunas indulgencias, el Papa le respondió: “Tomad la correa de san Agustín y en ella las tenéis todas”.
El nombre de Consuelo o Consolación hace pensar en cercanía con el afligido, fortaleza para compartir el dolor ajeno, compañía para ahuyentar la tristeza de la soledad. María, elevada al cielo, “brilla ante el pueblo peregrino de Dios como signo de segura esperanza y consolación” (LG, 69).
En las letanías del Rosario, la Iglesia invoca a María como consuelo de los afligidos, porque el título mariano por excelencia es el de madre de Dios y madre nuestra. Como madre, particularmente atenta a los hijos que sufren.